JOSÉ ORTEGA Y GASSET, ¿Qué es la filosofía?
La vida nos es dada
Vivimos
aquí, ahora –es decir, que nos encontramos en un lugar del mundo y nos
parece
que hemos venido a este lugar libérrimamente. La vida, en efecto, deja
un margen de
posibilidades dentro del mundo, pero no somos libres para estar o no en
este mundo que
es el ahora. Cabe renunciar a la vida, pero si se vive no cabe elegir el
mundo en que se
vive. Esto da a nuestra existencia un gesto terriblemente dramático.
Vivir no es entrar por
gusto en un sitio previamente elegido a sabor, como se elige un teatro
después de cenar
–sino que es encontrarse de pronto, y sin saber cómo, caído, sumergido,
proyectado en
un mundo inmanejable, en estar de ahora. Nuestra vida empieza por ser la
perpetua sorpresa de existir, sin nuestra anuencia previa, náufragos,
en un orbe impremeditado.
No
nos hemos dado a nosotros la vida, sino que nos la hemos encontrado con nosotros. Un
símil esclarecedor fuera el que de alguien que, dormido, es llevado a los bastidores de un
teatro y allí, de un empujón que le despierta, es lanzado a las baterías, delante del público.
Al hallarse allí ¿qué es lo que halla ese personaje? Pues se halla sumido en una situación
difícil sin saber cómo ni por qué, en una peripecia: la situación difícil consiste en resolver de
algún modo decoroso aquella exposición ante el público, que él no ha buscado ni
preparado ni previsto. En sus líneas radicales, la vida es siempre imprevista. No nos han
anunciado antes de entrar en ella –en su escenario, que es siempre uno concreto y
determinado–; no nos han preparado.
Este carácter súbito e imprevisto es esencial en la vida. Fuera muy otra cosa si pudiéramos
prepararnos a ella antes de entrar en ella. Ya decía Dante que «la flecha prevista viene más
despacio». Pero la vida en su totalidad y en cada uno de sus instantes tiene algo de
pistoletazo que nos es disparado a quemarropa.
[…] La vida nos es dada –mejor dicho, nos es arrojada o somos arrojados a ella, pero eso
que nos es dado, la vida, es un problema que necesitamos resolver nosotros. Y lo es no
solo en esos casos de especial dificultad que calificamos peculiarmente de conflictos y
apuros, sino que lo es siempre. Cuando han venido ustedes aquí han tenido que decidirse
a ello, que resolverse a vivir este rato en esta forma. Dicho de otro modo: vivimos
sosteniéndonos en vilo a nosotros mismos, llevando en peso nuestra vida por entre las
esquinas del mundo. Y con esto no prejuzgamos si es triste o jovial nuestra existencia: sea
lo uno o lo otro, está constituida por una incesante forzosidad de resolver el problema de
sí misma.
Si la bala que dispara el fusil tuviese espíritu, sentiría que su trayectoria estaba prefijada
exactamente por la pólvora y la puntería, y si a esta trayectoria llamábamos su vida, la bala
sería un simple espectador de ella, sin intervención en ella: la bala ni se ha disparado a sí
misma ni ha elegido su blanco. Pero por esto mismo, a ese modo de existir no cabe
llamarle vida. Esta no se siente nunca prefijada. Por muy seguros que estemos de lo que
nos va a pasar mañana, lo vemos siempre como una posibilidad. Este es otro esencial y
dramático atributo de nuestra vida, que va unido al anterior: por lo mismo que es en todo
instante un problema, grande o pequeño, que hemos de resolver sin que quepa trasferir la
solución a otro ser, quiere decirse que no es nunca un problema resuelto, sino que, en
todo instante, nos sentimos como forzados a elegir entre varias posibilidades
[…] Hemos
sido arrojados en nuestra vida y, a la vez, eso en que hemos sido arrojados tenemos que
hacerlo por nuestra cuenta, por decirlo así, fabricarlo. O dicho de otro modo: nuestra vida
es nuestro ser. Somos lo que ella sea y nada más –pero ese ser no está predeterminado,
resuelto de antemano, sino que necesitamos decirlo nosotros, tenemos que decidir lo que
vamos a ser; por ejemplo, lo que vamos a hacer al salir de aquí. A esto llamo «llevarse a sí
mismo en vilo, sostener el propio ser». No hay descanso ni pausa porque el sueño, que es
una forma del vivir biológico, no existe para la vida en el sentido radical con que usamos
esta palabra. En el sueño no vivimos, sino que al despertar y reanudar la vida, la hallamos
aumentada con el recuerdo volátil de lo soñado.
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