Una persona a la que quieres
enormemente está infectada por un virus mortal y planea contagiar a mucha gente
¿Aceptarías matarla para evitar la muerte de un buen número de inocentes?
Podemos admitir, como hicieron algunos filósofos del pasado, que tenemos una
especie de sexto sentido que nos indica qué está bien y qué está mal, y que,
casi con toda seguridad, comprenderíamos que sería mejor eliminar a nuestro ser
querido que condenar a quienes él pretende matar. Sin embargo, esta manera de
entender el hecho moral resulta ineficaz para explicar por qué tantas decisiones
fundamentadas en sólidas razones (económicas, políticas, científicas,
filosóficas…) nos parecen repugnantes desde un punto de vista moral. También
por qué casi siempre nos dejamos guiar por el corazón a la hora de elegir.
El filósofo empirista inglés David
Hume (1711-1776) – aquél que descubrió que las “inquebrantables leyes de la
naturaleza” no son hechos objetivos sino creencias subjetivas fruto de la
rutina – sorprendió al mundo afirmando que dilemas morales como el anterior no
pueden tratar de resolverse como si se tratase de problemas lógicos o
matemáticos y que, por lo tanto, es inútil que busquemos razones para
justificar nuestro comportamiento moral: probablemente la mayoría de nosotros
pensaríamos que lo razonable es salvar a los inocentes que van a ser infectados
pero, a la hora de la verdad, tomaríamos partido por su verdugo. Según Hume,
los juicios morales no dependen de la razón, puesto que nunca las razones ni el
conocimiento de los hechos nos ayudarán a tomar este tipo de decisiones. El comportamiento
moral estaría fundamentado, entonces, en los sentimientos, en los afectos:
preferimos a la persona que queremos y con
la que compartimos parte de nuestra vida en vez de a un montón de
desconocidos por los que no sentimos nada.
¿Dónde está el límite? Hume cree que todos los
seres humanos tenemos cierto sentimiento hacia en bien de los demás (empatía) y este debería ser el
fundamento universal y último del comportamiento moral. Sin embargo, ¿cómo
sentir empatía por los desconocidos o por los enemigos?. Hume deja en manos de
la educación emocional el avance de
la humanidad hacia la adquisición de un sentimiento de empatía universal que
libraría nuestros corazones del egoísmo que los hace de piedra.
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