Lo cierto es que va siendo más fácil encontrar hombres dispuestos a morir dignamente que a vivir dignamente. Al leer las noticias de los heroísmos -tan forzados, ay, por circunstancias odiosas- de los campos de batalla de cualquier rincón del mundo, sentimos quizá una morbosa exaltación y un cierto alivio: a fin de cuentas aún queda gente dispuesta a morir por sus ideas, sean éstas cuales fueren, la patria, la liberación nacional o la revolución. Y lo cierto es que nunca hubo idea, por estúpida o cruel que fuese, que no haya encontrado a alguien decidido a morir y a matar por ella. En modo alguno quisiera yo vivir en un mundo en que nadie fuese capaz de dar su vida por una idea; pero sigue siendo infinitamente más deseable dar vida con la idea y en la idea en lugar de resolverlo todo muriendo o matando por ella. A veces la lucha a muerte es inevitable, nos dicen los realistas que defienden la paz armada o la revolución sangrienta, y añaden con cierto regodeo: pues este mundo no es un lecho de rosas. La mayoría de los que empiezan su discurso político asegurando que el mundo es plena miseria, violencia y engaño suele buscar así coartada para proponer luego nuevas formas de engaño, violencia y miseria como corolario y contrapartida de las existencias. Ciertamente, el mundo no es, ni nunca ha sido, ni quizá jamás tenga por qué ser un lecho de rosas, pero el entusiasmo realista con que se acepta la lección de muerte que quiere deducirse de tal constatación ha formado parte en todas las épocas de la legitirnación del honor y la inhumanidad.
Las grandes palabras se avienen mejor con la muerte que con la vida.
La muerte las prestigia, la vida las degrada; morir por la patria es un
himno inapelable, vivir para la patria suele ser comercio y bribonería
que responde más bien a vivir de la patria; morir por la
revolución es entrar en un martirologio laico, pero no menos sagrado,
mientras que vivir para la revolución significa trepar hasta un
secretario general o ejercer de comisario político; morir con honor es
irreprochable, vivir con honor puede ser imponerse a la comunidad como
casta intocable u ofrecerle su protección amenazadora como cualquier
gángster marsellés. ¿Y quién no sabe que es más fácil morir de amor que
vivir plenamente el amor., dar la vida por otro que soportar la vida de
otro y hasta colaborar con ella? Y es que la muerte es clara, nítida,
irrevocable, tajante y dogmática como cualquier gran idea: no tolera las
medias tintas ni los compromisos, borra de un sablazo la contradicción y
despoja en tinieblas lo incomprensible. La vida, en cambio, es tibia,
obscena, confusa, contradictoria y balbuceante: se aviene con el
escepticismo y la componenda, termina antes o después por desdecirse y
pactar. La muerte se precipita de golpe y para siempre, la vida tantea y
retrocede. La primera descansa en lo irrefutable, la segunda se fatiga
en lo discutible. Y, sin embargo, aquí reside precisamente el heroísmo
que siempre pone al esfuerzo de la vida por encima de la cirugía moral
de la muerte: puesto que lo único cierto de la vida es la
muerte, hay que alimentar a la vida de incertidumbre para que no muera.
El valor de la vida estriba en su fragilidad, y es esa fragilidad de
todo orden lo que la hace impresentable y a menudo indigna frente a la
marmórea ejemplaridad de la muerte. Pero en esa fragilidad se encierra
también lo posible, mientras que en la muerte todo se hace ya
irremediable. Combatir en todos los campos el prestigio dogmático de la
muerte es luchar por afirmar la improbable, absurda, dolorosa y burlona
vida. Contradicción y perplejidad, picardía y arrobo que se centran en
el lenguaje amoroso, cuando llamamos al ser querido vida mía. Vida mía: ahí está el jubiloso tormento y el irónico éxtasis.
Como los antiguos romanos que creían en dioses y en sus ancestros ; ya que para ellos el sacrificio en la batalla suponía un motivo de orgullo pues consideraban que existía otra vida después de la muerte . Esto me hace plantearme: Para vivir hay que creer en algo y ese algo sería la brújula que guiaria nuestros pasos por este mundo ...?
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