A diferencia de otros
animales, que nacen con pautas de comportamiento genéticamente heredadas, el ser humano llega a este mundo totalmente ignorante. El recién nacido no sabe coordinar movimientos ni hablar y mucho menos dar respuestas simbólicas a estímulos externos. Su mente se parece en esos momentos más a la tabula
rasa, a la mesa vacía de la que hablaban los
antiguos filósofos, que al entrenado cerebro en que se convierte con los años.
Pero desde el instante en que recibe las primeras sensaciones se despiertaen él una
de las cualidades más características la especie: su ilimitada capacidad
de aprender.
Gracias al
aprendizaje no sólo adquirimos habilidades y conocimientos
concretos; también logramos modificar nuestra conducta para adaptarnos
continuamente al medio y sobrevivir en las circunstancias más
adversas.
“El ser humano –
decía Goethe – no sabe de sí mismo sino que sufre o que goza, y así es cómo
aprende lo que tiene que buscar o evitar". Llevados por ese simple conocimiento, y prácticamente de forma inconsciente por imitación u observación,
aprendemos desde la más tierna infancia
a caminar, hablar, leer o montar en
bicicleta. Y, como Freud
o Piaget señalaron, también adquirimos en esa temprana etapa las actitudes y creencias – tanto las deseables como
las indeseables – que determinarán nuestra futura personalidad.
Como
resultado de esos olvidados años de
adiestramiento, la mayoría de nuestros
actos y comportamientos adultos
acaban siendo automáticos.
Podría parecer por ello que aprender es una tarea sencilla. Sin embargo, se trata de un complejo proceso en el que, además de la información, están implicados tanto las emociones, como el pensamiento y la
memoria, claves para comprender y retener lo
aprendido. Con la práctica este
proceso se convierte en un hábito, y
de ese modo la intensa concentración que precisan en principio el niño para caminar o el gimnasta para dar un salto mortal acaba haciéndose innecesaria.
El aprendizaje condicionado (por asociación)
Cada vez que se nos ocurren ideas nuevas, inventamos instrumentos,
contamos historias, pintamos cuadros o componemos música utilizamos
las neuronas de las áreas asociativas de la corteza cerebral. Y de hecho, las
asociaciones son los primeros peldaños que nos conducen por la senda del
aprendizaje. Los niños asocian o relacionan desde muy pequeños
señales y acontecimientos. Saben que les espera un viaje
al ver a su madre haciendo la maleta, o que van a tomar zumo al oír el exprimidor de naranjas.
Esta conducta tan
habitual, observable también en
los animales, abrió a principios de siglo las puertas al estudio fisiológico del aprendizaje, en el que las investigaciones del premio Nobel Iván
Pávlov fueron decisivas. Sus
célebres experimentos con el perro
que aprendió a asociar el sonido de
una campana con la hora de comer, y
acabó segregando saliva sólo con oír
la señal, establecieron que una
respuesta física podía "desplazarse"
desde un estímulo "no condicionado",
como la comida, a otro "condicionado",
como la campana.
Este descubrimiento sentó las bases del conductismo, según el cual
el comportamiento humano y de casi todos animales – peces, aves y
mamíferos – puede ser modificado mediante asociaciones
(condicionamiento). Es más, las conductas indeseables o peligrosas – las fobias producidas por experiencias infantiles olvidadas o los hábitos adictivos, por ejemplo – también son modificables
vinculando las mismas a estímulos que
provocarán su abandono.
Pero además de ese condicionamiento primario, existe
otro que permite, a humanos y animales, aprender conductas más complejas –
traer las zapatillas a su amo o conducir un
avión – en función de los efectos que
consiguen con ellas: la acción asociada a una recompensa
se repite y se evita la que genera un
castigo. El psicólogo conductista Thordinke
definió este fenómeno como "ley
del efecto". Aunque fue el psicólogo estadounidense Skinner quien demostró que, mediante
la administración de "refuerzos positivos" (recompensas) y "negativos"(castigos), las ratas podían aprender a bailar, las palomas a teclear un piano y los delfines a proteger una base de submarinos. Para conseguir tamañas proezas utilizó siempre su famosa "caja de Skinner": una especie de jaula en la que el animal aprende a presionar una palanca porque sabe que al hacerlo obtiene comida (refuerzo positivo); o porque así logra interrumpir la corriente eléctrica que atraviesa la rejilla del suelo de su habitáculo (refuerzo negativo).
Se llamó a este
condicionamiento "operante" por demostrar que cualquier conducta de la que el
individuo obtenga
beneficio es aprendida con facilidad. También se descubrió que para adquirir ciertos
comportamientos no es necesario reforzarlos continua o inmediatamente
con una recompensa.
No ocurre lo mismo con el refuerzo negativo que, según Skinner,
"la mayoría de las veces tan sólo enseña al individuo el modo
de evitarlo". Además, es preciso tener precaución en la administración
de castigos, pues para que realmente sean efectivos han de ser proporcionados a la falta y ser aplicados de inmediato. De lo
contrario generarán agresividad en el sujeto – animal
o humano – y sentimiento de injusticia.
El conductismo parece
tener en principio la explicación de muchas de nuestras
actitudes ante la vida. Incluso de la supersticiosa, puesto que
hay refuerzos que pueden venir por azar. Así, si un hombre
de negocios consigue una venta fabulosa un día en que ha tenido que ir en
transporte público a su oficina porque su coche se ha estropeado, es muy probable
que repita el medio de locomoción que cree le trajo suerte y más si
éste vuelve a ser reforzado con otra venta espectacular. Del
mismo modo si un futbolista marca dos goles en un partido el día en que juega por primera vez con
unas botas rojas, ya no querrá hacerlo sin ellas.
Nuevas perspectivas
Ahora bien, no
todas las conductas son condicionables ni dentro ni fuera del
laboratorio. Los animales tienen como límite sus instintos y el ser humano su pensamiento y emociones. Como el psicoanalista Erich Fromm ha señalado, "el
neoconductismo de Skinner olvida las pasiones humanas: cualquier condicionamiento que entre en conflicto con necesidades básicas –
como la expresión del amor o el sentimiento de libertad – generará
violencia e infelicidad".
Por otra parte, los refuerzos positivos tampoco se revelan fundamentales a la hora de que un individuo
desarrolle sus potencialidades al máximo. Si un niño no disfruta con lo que aprende acabará hastiado por más recompensas
que obtenga; o los refuerzos para condicionar su actitud tendrán
que aumentar y renovarse continuamente.
Otras teorías intentan explicar el mecanismo del aprendizaje desde
diferentes perspectivas. La
psicología cognitiva, por ejemplo, afirma que adquirimos
información y conocimientos de manera intencionada, incluso sin recompensas externas.
Aunque actualmente se tiende cada vez más a creer que combinamos en
realidad los dos tipos de aprendizaje – conductista y cognitivo – según las circunstancias.
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