Carlos Fernández Liria et al. Educación para la ciudadanía.
Democracia, capitalismo y Estado de Derecho, 2007
En el comienzo de los
tiempos, Gea, la Tierra, y Urano, el Cielo, no hacían otra cosa que
copular el uno sobre el otro. Urano se negaba a separarse de Gea, de
tal modo que entre los dos no quedaba ni un solo hueco para nada. Así
pues, no había ningún espacio en el que pudieran instalarse las
plantas, los animales, los hombres... En definitiva, el mundo mismo
era imposible, porque el cuerpo de Urano lo tapaba todo.
Mientras tanto, el
vientre de Gea no paraba de concebir hijos, hijos y más hijos. Pero
ninguno de ellos podía nacer, ya que el pene de Urano bloqueaba
constantemente la salida. Así fue hasta que uno de estos hijos,
Cronos, el Tiempo, encontró la solución. Tomó una hoz y, de un
sólo tajo, cortó el pene de su padre desde el interior útero de
Gea. Se convirtió así en el Cielo, dejando entre él y la Tierra un
gran espacio abierto, al cual salieron de inmediato todas las
criaturas concebidas en el vientre de Gea.
Cronos
tiró el pene de su padre al océano y del semen de Urano, al
contacto con las aguas, nació Afrodita, la diosa del amor. Y así
fue como se originó el Mundo. El Cielo quedó arriba, la Tierra
abajo, rodeada del Mar. En medio de todo ello, se abría un espacio
suficientemente amplio para todas las criaturas que conocemos.
Pero el Mundo tenía aún
un problema que convertía en imposible la vida de los hombres.
Cronos, el Tiempo, destruía inmediatamente todo cuanto pretendía
instalarse en ese espacio. El Tiempo lo devoraba todo, nada podía
echar raíces y permanecer. El mito cuenta esto a su modo, diciendo
que Cronos devoraba a sus hijos en cuanto nacían del vientre de su
mujer, Rea. Una profecía decía que Cronos tendría un hijo que lo
destronaría.
Así pues, Cronos
devoraba a sus hijos, del mismo modo que cada año, cada día, cada
minuto, cada instante, se consume en el crisol inmisericorde del
Tiempo. En esas condiciones, ninguna institución podía tenerse en
pie. Era como si una tempestad revolucionaria lo echara todo
constantemente abajo. Como si el viento fuese derribando todo cuanto
los hombres iban construyendo.
El mundo era inhóspito, inhabitable, y todo estaba a la intemperie. Así era imposible sentarse a hablar, a dialogar, a legislar. La ciudadanía era imposible. La vida de los hombres en general era imposible, porque éstos no encontraban nada a lo que agarrarse, ni un altar, ni un tótem, ni un rito, ni una costumbre, ni siquiera la gramática de la lengua permanecía: todo se lo llevaba el viento.
El mundo era inhóspito, inhabitable, y todo estaba a la intemperie. Así era imposible sentarse a hablar, a dialogar, a legislar. La ciudadanía era imposible. La vida de los hombres en general era imposible, porque éstos no encontraban nada a lo que agarrarse, ni un altar, ni un tótem, ni un rito, ni una costumbre, ni siquiera la gramática de la lengua permanecía: todo se lo llevaba el viento.
Rea entonces inventó una
treta. Parió un hijo y lo escondió. En su lugar, le dio a Cronos
una piedra envuelta en un pañal y éste se la tragó sin notar la
diferencia. Rea llevó a su hijo Zeus -que así se llamaba- a una
cueva escondida, donde fue criado por los Titanes.
Al hacerse mayor, Zeus
regresó con el ejército de los Titanes y venció a Cronos, su
padre. A partir de entonces, el Tiempo dejó de reinar. El Tiempo
seguía pasando, pero ya no reinaba. Así comenzó la era de las
instituciones, edificar palacios y templos, legislar costumbres y,
antes que nada, pudieron ponerse a hablar, a dialogar, porque el
viento ya no se llevaba la gramática de la lengua. Así fue como se
hizo posible la aventura de la ciudadanía.
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