“Todo lo que nos contaban del comunismo era mentira, pero lo peor es
que todo lo que nos contaban del capitalismo era verdad”
(Los
lunes al sol. Fernando León de Aranoa)
por Paco Espadas
El trabajo es vida. Al menos para los seres humanos. Eso pensaba Marx: “El hombre mismo se diferencia de los animales a partir del momento en que comienza a producir sus medios de vida” (La ideología alemana). El trabajo es, por tanto, actividad productiva y los seres humanos somos esencialmente productores que “humanizamos” la naturaleza al invertir toda nuestra energía humana (imaginación, creatividad, fuerza física…) en su transformación y, de alguna manera, al proyectarnos en ella. Por eso el trabajo es para las personas mucho más que un “instrumento” de subsistencia: nos realizamos trabajando, buscamos el trabajo y lo gozamos.
Pues bien, en esa tarea
colectiva que es el trabajo establecemos relaciones con los demás. Evolucionan
las formas de producir, evolucionan al mismo tiempo las relaciones de
producción que establecemos unas personas con otras y, como consecuencia de
ambas, cambian nuestras ideas políticas, sociales, filosóficas y religiosas (al
menos las de los grandes “protagonistas de la Historia”); las leyes de los
Estados, las Instituciones, etc. Eso es, sencillamente, la Historia. Comprender
su evolución se consigue rastreando las diferentes formas de organizar la
producción que han tenido lugar con el transcurso de los tiempos y, obviamente,
estudiando las relaciones de producción a las que aquellas han dado lugar (que
siempre han sido de explotación de unas clases sociales sobre otras, por lo que
la Historia sería el relato de la lucha de las clases por dominar la
producción)
A esta forma de entender la
Historia la denominó Marx “materialismo
histórico” y consideró que fue su gran contribución a la filosofía porque
explicaba la lógica histórica partiendo de la vida real: La historia no es,
para Marx, ni una colección de hechos, como parecían concebirla los empiristas,
ni el resultado de un plan divino, como pensaban los idealistas; tampoco el
resultado de la acción aislada de los considerados "personajes
históricos". La historia es el
resultado del modo en que los seres humanos producen su existencia.
Así que, a pesar de lo que nos
pudiéramos imaginar, no son las ideas las que cambian el mundo y lo hacen
evolucionar, sino que es el mundo material que producimos socialmente quien
cambia y hace evolucionar nuestras relaciones con los demás y con ellas las
ideas de una sociedad, de una época.
¿Quién decide entonces las formas de producir la
vida material? ¿Y las relaciones de producción? Nadie en particular. Cada forma
de producir es la mejor en su momento histórico porque satisface eficazmente
las necesidades de la sociedad de ese momento. Mientras funcionan, la
explotación de unos por parte de otros se admite y justifica. Sin embargo, con
el paso del tiempo las necesidades aumentan y se ponen en funcionamiento formas
de producir más adecuadas, que a su vez
dan lugar a otras formas de relación social. ¿Hasta cuándo? Según Marx la
historia está a punto de finalizar porque el modo de producción capitalista, basado en la propiedad privada de
los medios de producción, el mercado, la competencia, las plusvalías y los
salarios, ya no es capaz de satisfacer las necesidades de la mayor parte de la
humanidad: la mayor parte de la humanidad pasa hambre mientras que una minoría
lo tiene todo en superabundancia. El Capitalismo ha sido el último y más eficaz
modo de producción conocido. También las ideas e instituciones que lo sustentan
(democracia, liberalismo, ilustración…) fueron en su momento revolucionarias.
Sin embargo, tiene los días contados. El comunismo
avanza imparable y con él llegará la abolición de la propiedad privada y, por
tanto, una nueva forma de producir basada en la cooperación, una nueva
mentalidad y un nuevo orden social y político más justo e igualitario.
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