Fuente: Alfonso Ortiz/Paco Espadas. Historia de la Filosofía
El proceso de emancipación racional iniciado por la Ilustración, también
alcanza a la organización de la sociedad y de la vida política. Para los
ilustrados la sociedad es concebida como un artificio ideado por la Humanidad para solventar
los problemas planteados por la vida en un hipotético “estado de naturaleza”, a
saber, los que se desprenderían de una convivencia no mediatizada por el
cumplimiento de más leyes y normas que las dictadas por la propia naturaleza
humana. Se rechaza, pues, la tradicional concepción teocrática del poder
político según la cual éste emana de Dios y se manifiesta en su representante
terrenal: el Rey
Como afirmaría Rousseau, uno de los
máximos exponentes de las teorías filosóficas del contrato social, el estado de
naturaleza “es un estado que no existe, y que acaso no haya existido nunca y
probablemente no existirá jamás, y del que, sin embargo, es necesario tener
conceptos adecuados para juzgar con justeza nuestro presente”.
El pensamiento ilustrado nos legó dos
importantes modelos teóricos sobre el origen contractual de la sociedad:
Thomas
Hobbes: el contrato de sumisión
El filósofo inglés (1588-1679)
sostuvo que el hombre en estado natural hace girar todo en torno a sí mismo. Su
derecho sobre todo es ilimitado. Sus pasiones le impulsan a quererlo todo, a
desearlo todo. En tal estado, y debido al derecho a todo de todos y a la
igualdad natural, la tensión constante (“estado de guerra de todos contra
todos”, lo llamará Hobbes) convertirá al hombre en un “lobo para el hombre” (homo
homini lupus) y a la vida en “asquerosa, brutal y corta”. La razón le hace
llegar a una conclusión: comprende que debe ceder parte de sus derechos
naturales a cambio de alcanzar más seguridad y una vida más agradable. Desde
aquí, la Humanidad
se verá obligada a llevar a cabo la construcción de la sociedad.
El
pacto inicial, libremente asumido, transfiere todos los derechos naturales
(incluida la utilización de la violencia) a una “persona artificial” , el
soberano, cuya voluntad se convierte a partir de entonces en ley de obligado
cumplimiento para todos los firmantes del pacto. Sólo si el gobernante deja de
proporcionar a los ciudadanos la protección para la que fue designado, los
ciudadanos pueden declarar nulo el pacto. Un estado basado en este contrato es
como un gigante compuesto de hombres corrientes, como un Dios terrenal todopoderoso,
un Leviatán (así lo denomina el propio Hobbes en alusión al monstruo bíblico
descrito en el Libro de Job).
J.J. Rousseau: la voluntad
general
Rousseau parte de una concepción
optimista de la naturaleza humana: el ser humano es bueno y libre por
naturaleza; la vida en sociedad lo ha corrompido moralmente y ha minado su
libertad. A pesar de esta visión negativa de la vida en sociedad, Roussea
manifiesta que es inútil soñar con una vuelta al estado de naturaleza, aunque
es posible la regeneración moral del ser humano si se procede a una
“refundación” de la sociedad a través de un pacto.
Para Rousseau
el verdadero contrato social ha de ser un contrato de libertad. Pero ello no
significa, en modo alguno, que en el orden social y político establecido por el
contrato social no haya y tenga que haber sumisión y obligatoriedad de la ley.
El carácter genuino del problema está, al contrario, precisamente en el sentido
de la sumisión a la ley y en el sentido de la libertad. En efecto, “el problema
fundamental del cual el contrato social da la solución” – escribe Rousseau -,
es “encontrar una forma de asociación…por
la que cada uno, uniéndose a todos, no obedezca, sin embargo, más que a él
mismo, y permanezca tan libre como antes” (El contrato social, libro
I, cap. VI).
En
el contrato social, por el que se da el paso de la libertad “natural” a la
“libertad civil y política”, se da una querida
y libre alienación, una desposesión de lo que pertenece al “hombre
natural”; pero no en favor de un individuo, sino en favor de toda la comunidad,
viniendo así a crear una unión social perfecta, cuya expresión y principio
rector es lo que llama Rousseau la “voluntad
general”. Los hombres no se someten sino a la ley que ellos mismos se han
dado: “Al darse cada uno a todos los
demás - escribe Rousseau -, no se da
a ninguno en particular y, como no existe ningún miembro de la comunidad sobre
el que no se gane el mismo derecho que al que a él se le permite sobre uno
mismo, así cada uno recobra lo que entrega en la misma medida, y recibe, al
mismo tiempo, una fuerza mayor para afirmarse a sí mismo y mantenerse en lo que
es y en lo que tiene” (ídem).
Rousseau
indica que la “voluntad general” no puede confundirse con la “voluntad de la
mayoría”, ni siqueiera con la “voluntad de todos”. Para que la última se
convirtiese en la primera, haría falta que los ciudadanos estuviesen
debidamente informados a la hora de emitir su voto y que se suprimieran las
sociedades parciales dentro del Estado (partidos políticos). Sin estos dos
requisitos, la voluntad de la mayoría respondería siempre a los intereses de un
grupo, por muy numeroso que éste fuese, y así no se garantizaría la independencia
de voto. Para Rousseau, la voluntad general es la de los ciudadanos reunidos en
asamblea: una democracia directa, no una democracia representativa o delegada
como es la nuestra.
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