miércoles

EXTRAÑOS EN EL PARAÍSO


por Paco Espadas

El marxismo no es solo una teoría de la historia y de la sociedad. Tras el pensamiento de Marx hay, fundamentalmente, un impulso ético,  una voluntad de transformación social que parte de la denuncia de las  injusticias e incoherencias de un sistema de producción – el capitalista – basado en una organización del trabajo en la que el ser humano no se realiza sino que se «aliena». Estar “alienado” o “enajenado” significa encontrarse en una situación radicalmente extraña, impropia de una persona. La alienación siempre disfraza la realidad para evitar que los oprimidos tomen conciencia de su situación y la cambien.

 Son muchas las alienaciones que sufren las personas en la sociedad capitalista:  nos aliena el Estado mintiéndonos con la igualdad de derechos, cuando en realidad las Instituciones (tribunales, policía, gobierno…) benefician siempre a los mismos; nos aliena la sociedad cuando nos hace entender que unos papeles sociales son más importantes que otros y que, por tanto, quienes los representan deben gozar de privilegios superiores a los demás; nos aliena la religión cuando nos invita a aceptar las miserias e injusticias de este mundo porque son voluntad de Dios, el mismo que promete que tras la muerte nos recompensará por nuestra sumisión; nos aliena la filosofía de todas las épocas porque nos ha mentido justificando cada situación histórica como la mejor de todas las posibles. Pero todas ellas son alienaciones secundarias y apoyadas en una alienación básica: la alienación o enajenación económica. Así, el impulso ético de la filosofía de Marx  conduce a la denuncia de la economía.

La alienación económica

La alienación económica consiste en el hecho de que las personas, en la realización de su trabajo, se deshumanizan, se desposeen de sí mismas y se transforman en cosas, en piezas de una maquinaria de producir riqueza y “espíritu” para los propietarios de los medios de producción y miseria y estupidez para los trabajadores. En la sociedad capitalista, el trabajador sufre una doble enajenación: por un lado, aquello que produce no sólo no le pertenece sino que, al convertirse en capital (cualquier cosa que en conjunción con el trabajo produce bienes destinados al consumo), se convierte en instrumento de explotación porque el capitalista lo emplea en adquirir más medios de producción y eso significa menos posibilidades de trabajo libre para los trabajadores. Por otro lado, el acto mismo de trabajar es un acto enajenante o alienante: los trabajadores raramente desarrollan sus capacidades intelectuales y espirituales, sino que son utilizados en actividades rutinarias dentro de un complejo entramado industrial en el que tienen la sensación de ser piezas absolutamente prescindibles y en continua competencia con otras piezas/trabajadores.

La plusvalía

En el sistema de producción precapitalista o de intercambio, explica Marx, el productor vende sus mercancías y obtiene dinero con el cual compra lo que necesita. Se expresa con la fórmula: M - D - M. En el sistema de producción capitalista el modelo se altera. Con un determinado dinero se produce una mercancía que permite obtener una cantidad de dinero superior a la inicial. Este modelo se expresa con la fórmula: D - M - D', considerando que D'>D. En la diferencia entre D' y D se concretaría la plusvalía comercial. El propietario justifica esta práctica alegando que el valor del producto no sólo encierra el valor del trabajo del obrero, sino que a éste hay que añadirle el valor de los medios de producción (maquinaria, instalaciones...). Como éstos pertenecen al propietario, es justo que sea él quien se beneficie de ellos. Marx denuncia esta práctica, por un lado, como una apropiación ilegítima puesto que los medios de producción son sociales y no particulares al haber sido producidos por los trabajadores; y, por otro, como el factor desencadenante de las contradicciones que acabarán con el sistema capitalista basado en la propiedad privada: cuanto más trabaja el obrero, más rico hace al empresario; cuanto más rico es el empresario, más se empobrece al trabajador.
Pero la propiedad privada nos ha hecho tan estupidos que sólo entendemos la naturaleza como un mundo para explotar y convertir en capital que, a su vez, nos permita poseer privadamente más mundo, más naturaleza. Esa es la esencia de la deshumanización histórica sufrida por el ser humano: entender la naturaleza como algo hostil y a los demás seres humanos como rivales y competidores por la dominación de la naturaleza, por la acumulación privada de riquezas. Y esta enajenación es la que pretende superar el comunismo del futuro rompiendo los dos goznes sobre los que se sostiene la propiedad privada: el trabajo asalariado y el capital. La Historia, inevitablemente, producirá esta superación: el capitalismo ha generado una fuerza descomunal y tan sumamente desarrollada (el proletariado) que puede satisfacer las necesidades de todos sin apoyarse en los trucos del viejo sistema. El capitalismo es un zombi. Es lento y molesto, y aún es peligroso; pero jamás podrá dominar el mundo

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