Fuente: Alfonso Ortiz/Paco Espadas Historia de la Filosofía
Hablar de la Atenas del siglo V y VI a.
C. es sin duda hablar de la democracia y de la convivencia política de los
griegos. Para el ateniense la política es el único modo lícito de vivir el
ciudadano. ¿Cómo era esa vida, esa convivencia?
En
esta época Atenas contaba con unos trescientos mil habitantes, pero el número
de ciudadanos era mucho menor ya que los esclavos y los metecos (extranjeros) carecían de derechos políticos. Los
ciudadanos libres disfrutaban de mucho tiempo ocioso – ya se encargaban los
esclavos de la intendencia – y lo solían gastar en una de sus ocupaciones
favoritas: visitar el ágora (la plaza
pública). Allí era donde se hacía la política, donde nació la democracia y
donde Sócrates invito a hacer filosofía.
Era la democracia ateniense – prototipo
de la democracia griega – un sistema ciertamente inestable. Había surgido como
fruto de un largo periodo de maduración que arranca en el siglo VII a. C.
cuando, ante los conflictos surgidos entre las diferentes familias de nobles y
entre éstas y el pueblo, se llegó a recurrir al arbitraje de un nomotheto
(legislador). Ese árbitro fue Dracón,
el primer legislador de Atenas, con quien se inaugura un régimen de derecho en
el que los nobles siguen teniendo el poder pero – esto sí que es radicalmente
nuevo – no ya como simple ejercicio de la fuerza, no gracias al poder de sus
armas, sino en virtud de una ley. Más tarde, Solón creará la asamblea de
los ciudadanos y le dará poderes legislativos. Pericles divide la ciudad en demos, circunscripciones
territoriales (o barrios), cuyos representantes forman la ecclesia o asamblea, que
debe reunirse preceptivamente al menos diez veces al año. El ciudadano consigue
entonces no ya la isonomía o igualdad de todos ante la ley, sino también la isogoría,
el derecho a la palabra, a dirigirse a sus conciudadanos y hacer valer sus
argumentos en la polis.
La asamblea de los ciudadanos no fue
realmente ejecutiva: la democracia, entendida como autogobierno directo del
pueblo, no se ejerció totalmente nunca (¿acaso se ha dado plenamente alguna
vez?); pero se instauró el reinado de la ley y el principio de la
responsabilidad de todos los gobernantes ante la asamblea. Se dice que el propio
Pericles, en cierta ocasión en que no pudo justificar el uso de un dinero
público, fue obligado a reponerlo de sus propias arcas (con gestos así de
nuestros políticos nos conformaríamos muchos en la actualidad). Incluso el Prytano
Epistato (representante oficial de la polis) se elegía diariamente por
sorteo y sólo podía permanecer, por tanto, un día en el cargo. No había
ciudadano ateniense que, al menos una vez en su vida, no ocupara algún puesto
político importante.
Pero el sistema democrático tenía también
sus lados oscuros, sus corruptelas, su demagogia y sus oportunistas. Las
multitudes liberadas por la democracia no se limitaron a controlar el poder,
sino que lo utilizaron como arma para lograr sus intereses, legítimos o no.
Quizá sea un buen exponente de ello la práctica del llamado “ostracismo”,
un extraño procedimiento para deshacerse de los “famosos”: cuando un ateniense
se convencía de que un conciudadano podía dañar de algún modo a la polis
(quizás acaparando demasiada popularidad), sólo tenía que ir hasta el ágora y
escribir el nombre del que le fastidiaba en una piedra cerámica (el ostracón) dispuesta para tal caso.
Cuando la persona señalada totalizaba seismil denuncias en forma de graffitis,
tenía diez días de tiempo para saludar a los amigos y parientes, después de lo
cual era obligado a exiliarse. El exilio podía durar de cinco a diez años
dependiendo del número de los que habían firmado. Los denunciantes no tenían
que presentar ninguna justificación.
Otras curiosidades
§
Existían algunos tribunales especiales
como el Freattó que se reunían para juzgar a los atenienses ya
condenados al exilio. El imputado, no pudiendo contaminar con su cuerpo el
suelo de su patria, se veía obligado a defenderse desde un barco anclado a unos
metros de la costa, mientras sus jueces se instalaban en la playa.
§
La
justicia, en tiempos de Pericles, estaba organizada del siguiente modo: al
principio de cada año se sorteaban seis mil atenienses de edad superior a
treinta años y constituían la Heliea,
es decir, el depósito del que cada vez se extraían los quinientos jueces que
necesitaba un proceso. El segundo sorteo, el definitivo, tenía lugar durante la
mañana misma de la causa para evitar que los imputados pudieran corromper a los
jueces. Por su actuación, los jueces recibían una “dieta económica”: tres
óbolos al día, más o menos el sesenta por ciento de la paga de un obrero.
§
En
los tribunales de Atenas no existía la figura del fiscal del estado. La
acusación podía ser llevada a cabo por un ciudadano cualquiera que lo hacía por
su cuenta y riesgo: si el culpable resultaba condenado se llevaba la décima
parte de su patrimonio; si era absuelto con menos de la quinta parte de los
votos de tribunal en su contra, el acusador pagaba una multa de mil dracmas.
§
Tampoco
existían los abogados defensores. Los imputados – cultos o analfabetos, lo
mismo daba – , debían defenderse solos y, cuando no se sentían en condiciones
de hacerlo, tenían la posibilidad antes del proceso de contratar a un logógrafo, es decir, un letrado de confianza
capaz de escribir un texto de defensa que se aprendía de memoria.
§
Existía
una vieja tradición entre los atenienses que consistía en enviar cada año una
nave a Delfos con una embajada en honor al dios Apolo. Se cuenta que
esta fue la promesa que hicieron los atenienses cuando Teseo partió hacia Creta
con las siete parejas de vírgenes y niños para ofrecer al monstruoso Minotauro.
Prometieron a Apolo que si Teseo mataba al Minotauro y salvaba la vida de los
rehenes, la ciudad honraría al Dios enviando dicha embajada. Durante el tiempo
que duraba el viaje (unos veinte días) no se podían ejecutar a los reos
condenados a la pena capital.
§
En
una comunidad tan pequeña y con este modo de convivencia, los rencores y los
odios fueron feroces. La ciudad tenía fama de envidiosa, el ambiente era
chismoso y la profesión de sicofante
(delator) estaba bien remunerada. En Atenas mandaba, o creía mandar, la
mayoría. A veces esta mayoría era supersticiosa, tenía caprichos, reaccionaba
contra lo que no entendía, practicaba la difamación, creía en la calumnia y era
fácilmente manipulable por los más ilustrados y con menos escrúpulos.
Fue en este
ambiente vital, lleno de chismes, de conversación, ruido y luz, donde se
discutió hasta sus últimas consecuencias el problema de la convivencia
política, donde se empezó a usar el término “filosofía”, donde hablaron los
sofistas y donde vivió, enseñó y murió Sócrates. Un siglo grande y excitante a
pesar de sus contradicciones y defectos.
me sirbio de mucho
ResponderEliminarun saludo para alvaro
ResponderEliminarGracias por la info :D
ResponderEliminarGracias bro ��
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