La vida se asemeja a un reloj de arena, por lo inexorable del tiempo que la va acabando, pero también por los granos que contiene: momentos, experiencias, descubrimientos, aprendizajes, deseos, placeres y dolores que la definen y la hacen única. Vivir es decidir con qué llenar el reloj, la vida, pero ésta solo admite una cantidad limitada de granos de arena. Aquello a lo que renunciamos se queda fuera como vida no vivida, como arena de un remota playa a la que jamás podremos viajar ¿Llegarías al final sin añoranzas? ¿Entenderías que has consumado tu vida? Joaquín Sabina nos regala en esta genial canción 100 hermosas propuestas para llenar nuestro particular reloj vital, para desear, si fuera el caso, repetir por toda la eternidad el ciclo del tiempo.
martes
lunes
LA (BENDITA) INUTILIDAD DE LA FILOSOFÍA
Se
dice que una aguda y graciosa esclava tracia se rió de Tales porque,
mientras observaba las estrellas y miraba hacia arriba, se cayó en un pozo
mientras observaba las estrellas y miraba hacia arriba, se cayó en un pozo
Platón,
Teeteto 174a
Se
suele considerar que con esta anécdota comienza la historia de la
filosofía.
Tales
de Mileto era uno de los sabios más importantes de Grecia, una
de las siete personas más admiradas por su sabiduría. Algunas otras
anécdotas que han llegado hasta nosotros nos lo presentan como un
gran benefactor de su ciudad, porque, en efecto, su sabiduría había
ayudado mucho en los asuntos políticos y sociales.
Así,
por ejemplo, Tales había ayudado al ejército a vadear un río sin
moverse del sitio. Hizo que se construyera una presa río arriba,
desvió el cauce del agua y lo situó a espaldas de los soldados, que
gracias a ellos pudieron vencer en la batalla.
En
otra ocasión, Tales había previsto un eclipse. Esto demostraba un
gran conocimiento de los cielos, algo que resulta de los más útil
para orientarse en el mar. Otras anécdotas nos hablan de lo
útiles que resultaban sus conocimientos para sus conciudadanos,
quienes por eso lo admiraban y respetaban.
¿QUÉ OCURRE CUANDO MORIMOS?
La mayoría preferimos no pensar en lo que sucede con nuestro cuerpo cuando morimos. Pero esa descomposición es el origen inesperado de una nueva vida
“No va a ser fácil quebrar esto”, dice Holly Williams, de la
funeraria, mientras levanta el brazo de John y dobla con delicadeza los
dedos, el codo y la muñeca. “En general, cuanto más reciente es un
cadáver, mejor se trabaja con él”.
Williams habla en voz baja, con una despreocupación que contrasta con
la naturaleza de su labor. Creció en el norte de Texas, en la funeraria
familiar donde trabaja, y ha visto y manipulado cadáveres casi a diario
desde la infancia. Unos mil cuerpos, calcula a sus 28 años. Su trabajo
consiste en recoger cuerpos de personas recién fallecidas en el área de
Dallas-Fort Worth y prepararlos para su funeral.
“La mayoría los recogemos en residencias de ancianos”, dice Williams,
“pero a veces traemos gente que ha muerto por herida de bala o en un
accidente de circulación. Pueden llamarnos para que vayamos a por
alguien que murió en soledad hace días o semanas, alguien que ya ha
empezado a descomponerse, lo que dificulta el trabajo”.
John llevaba unas cuatro horas muerto cuando su cuerpo fue trasladado
a la funeraria. Había gozado casi siempre de una salud razonable. Su
trabajo de toda la vida, en las explotaciones petrolíferas de Texas, lo
mantenía activo y en forma. Llevaba años sin fumar y no abusaba del
alcohol. Hasta que una fría mañana de enero sufrió un infarto en su casa
(por complicaciones inesperadas, al parecer), cayó al suelo y murió
casi en el acto. Tenía apenas 57 años.
La mesa metálica de Williams acoge ahora el cuerpo de John cubierto
con una sábana blanca de lino, frío y duro al tacto y con la piel entre
gris y purpúrea, síntomas claros de que la descomposición ya ha
empezado.
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viernes
EL CONDUCTISMO
A diferencia de otros
animales, que nacen con pautas de comportamiento genéticamente heredadas, el ser humano llega a este mundo totalmente ignorante. El recién nacido no sabe coordinar movimientos ni hablar y mucho menos dar respuestas simbólicas a estímulos externos. Su mente se parece en esos momentos más a la tabula
rasa, a la mesa vacía de la que hablaban los
antiguos filósofos, que al entrenado cerebro en que se convierte con los años.
Pero desde el instante en que recibe las primeras sensaciones se despiertaen él una
de las cualidades más características la especie: su ilimitada capacidad
de aprender.
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