Por Carmen Mesa*
Estoy envuelta de existencia, de
átomos. En realidad, son lo único que existe. Todo lo que me rodea está
conformado por un amasijo de ellos. Yo también, esas partículas inertes
me dan vida. Desconocedoras de que me conforman, pese a que crean la
base física necesaria para que mi pensamiento se desarrolle.
Mas el mundo que yo percibo no es así. Una onda vibratoria surge
desde el altavoz y llega hasta mi tímpano. Pero yo no aprecio vibración
alguna. En cambio, la música de un compositor muerto resuena dentro de
mi cabeza.
No puedo interactuar con el mundo más que a través de mi propio
cuerpo. Por eso, el Universo que observo depende de la estrucutra de los
órganos sensoriales que uso para percibirlo. Los colores, el haz de luz
que entra por la ventana, ¿en qué medida existen? No son más que una
interpretación de un cerebro arbitrario. Si yo fuera distinta, mi
percepción del exterior también lo sería.
Sé que la materia está ahí, lo que no puedo es verla tal y como es.
Mi cuerpo es la pared de esa caverna platónica en la que se proyecta la realidad.
*Cuando escribe esto Carmen Mesa es estudiante de Bachillerato en Aula05
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