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LA PERSONALIDAD: UNA APROXIMACIÓN PSICOLÓGICA

Concepto vulgar y concepto psicológico


El término «personalidad»ha trascendido la psicología para convertirse en un vocablo coloquial que la mayoría de la gente usa sin saber en realidad su significado. Así, es frecuente oír expresiones del tipo: «tiene una personalidad muy fuerte», «tiene mucha personalidad» o «le falta personalidad», como si la personalidad pudiese medirse en metros como la tela o en litros como el agua. Para comenzar, es conveniente que disipemos un par de tópicos falsos sobre la personalidad:
  • No existen individuos que tengan más personalidad que otros. Cada ser humano tiene su propia y genuina personalidad, ni más ni menos. Existen, eso sí, personalidades dominantes y dominables; extravertidas e introvertidas; seguras de sí mismas o titubeantes e influenciables. Pero hasta el más inseguro y débil de los humanos tiene su personalidad íntegra (si no tiene un trastorno biológico o psíquico que le impida desarrollarla).
  • La gente suele equiparar el «tener personalidad» a la dominancia, la originalidad e incluso la extravaganciaCreen que «tener personalidad» equivale a no dejarse influir por opiniones ajenas, a ser novedoso, a ser capaz de hacer prevalecer los propios puntos de vista frente a otros, a tener una gran ambición material y escaso sentido del ridículo, etc. Es un error pensar que la «mejor personalidad» se reduce a estos caracteres, porque así corremos el peligro de considerar «grandes personalidades» a los abusones, a los dogmáticos, a los estrafalarios o a los insensibles (gente que, en realidad, puede tener un trastorno de la personalidad, una personalidad desequilibrada 

Pero, ¿qué es exactamente la personalidad?. Etimológicamente, personalidad, lo mismo que persona, procede del término latino «prosopon», palabra que servía para designar la máscara con la que se cubrían el rostro los actores durante las representaciones teatrales. De ahí deriva exactamente el significado que la Psicología da actualmente a este concepto: la personalidad es el conjunto de nuestras actitudes, aptitudes, valores, emociones, reacciones y opiniones que, estables a lo largo del tiempo, constituyen lo que otros ven como nuestro particular «modo de ser». Como podemos apreciar por su definición, la personalidad no es una capacidad como la inteligencia o la memoria. Se trata de algo mucho más amplio que reúne éstas y otras habilidades. Algo que engloba el pensamiento, los sentimientos y la conducta, que abriga nuestras facetas más nobles y también las más oscuras y que describe, en definitiva, lo más humano de cada uno de los seres humanos.


Cinco rasgos básicos para definir una personalidad



El diccionario recoge más de mil términos para describir la personalidad, pero bastan cinco o seis rasgos para definir a una persona. Se denomina «rasgo de la personalidad» a una predisposición del individuo para responder o actuar siempre igual, tanto a lo largo del tiempo como casi en todas las situaciones. Pues bien, numerosas teorías psicológicas han tratado de establecer cuáles son esos rasgos básicos de nuestra personalidad. El modelo más actual es el que han propuesto los investigadores americanos Goldberg y Mac Rae y se conoce con el nombre de «Big Five». Según este modelo, cinco son los grandes rasgos o dimensiones que definen una personalidad (ver cuadro adjunto).
Estos rasgos o dimensiones se pueden observar en la conducta de los individuos. Teniéndolos en cuenta es posible predecir la respuesta de las personas ante determinadas situaciones. Nadie, por supuesto, es cien por cien perseverante, siempre cooperativo, siempre negativo, siempre celoso, siempre sosegado... Pero, como fácilmente se puede comprobar, ciertas características de cada uno predominan en nuestra «apariencia psicológica»; podemos, pues, ser descritos por los rasgos que parecen gobernar nuestra conducta la mayor parte del tiempo.


¿Con la personalidad «se nace» o «la personalidad «se hace»?

El comienzo de nuestra existencia está ligado a 23 pares de cromosomas (nuestra dotación genética) y en cada uno de ellos han dejado su huella a partes iguales el padre y la madre. ¿Contiene esa mochilita genética, además de nuestras características físicas, alguna de nuestras características psicológicas? ¿Con la personalidad se nace o la personalidad se hace? Por un lado, es indudable la influencia de la herencia en nuestra personalidad: está comprobado que el temperamento de un bebé anticipa, aunque sea rudimentariamente, la personalidad que tendrá de adulto. En efecto, un individuo puede mostrarse ya desde los primeros días de vida como de temperamento alegre, tranquilo y previsible o por el contrario manifestarse irritable, inquieto y difícil de consolar (lo que se conoce como niños fáciles y niños difíciles). Estos rasgos no sólo parecen innatos, sino que permanecen en el tiempo. Multitud de experimentos confirman esta idea. Por ejemplo los que prueban que los preescolares emocionalmente más intensos tienden a manifestar esa misma conducta cuando son adultos jóvenes; o aquellos que demuestran que los gemelos univitelinos (procedentes del mismo óvulo) tienen rasgos de personalidad muy parecidos.
Sin embargo, muchos son los condicionantes de nuestra personalidad:

  • Valores de los padres. Los rasgos de personalidad que son valorados por los padres se refuerzan mediante recompensas, mientras que los rasgos no apreciados se extinguen por medio del castigo o falta de premios.
  • Educación. El método de crianza de los sujetos y las actitudes de la persona que lo cuida permanecen relativamente estables.
  • Desempeño de roles. Los papeles que los sujetos aprenden a desempeñar en el hogar influyen en sus autoconceptos.
  • Marco social. Los niños se ven ellos mismos tal y como los ven los demás, es­to refuerza al autoconcepto en desarrollo y al método característi­co de ajuste.
  • Selección en el ambiente social. La personalidad del sujeto, o alguno de sus rasgos dominantes, determinan la selección del ambiente social. Mediante la asocia­ción constante con personas de ese ambiente, se refuerzan el au­toconcepto y los patrones característicos de adaptación.
Saber cuánto hay de innato en nuestra personalidad no es la preocupación especial de la Psicología. Pare ella, lo importante no es averiguar qué aspectos de nuestra personalidad son inmodificables sino descubrir cuáles pueden ser modificados. Por ejemplo, la timidez, cuya influencia genética parece demostrarse, puede consolidarse por la influencia de los padres («no vayas tú, que eres más vergonzoso»), y llegar a convertirse en ansiedad social, o todo lo contrario, puede ir debilitándose hasta casi desaparecer si se actúa de modo inverso, aportando refuerzos positivos.

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