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TEORÍAS DE LA PERSONALIDAD (1): EL PSICOANÁLISIS







Documental "La interpretación de los sueños"

Historia del psicoanálisis

La vida de Freud (el padre de la más famosa teoría de la personalidad – el psicoanálisis – ) se extendió a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX y gran parte de la primera mitad del siglo XX. Freud empezó su carrera en Viena, donde vivió durante casi ochenta años. Médico privado, se interesó por el tratamiento de los trastornos nerviosos. En la búsqueda del mejor método para ayudar a sus pacientes, Freud utilizó la «cura por la palabra» (catarsis), a través de la cual los pacientes eran capaces de experimentar una gran mejoría hablando de sus experiencias y emociones (seguramente habéis visto muchas películas en las que el paciente se tumba cómodamente en un diván y empieza a contarle al psicoanalista todo lo que se le viene a la mente).

A medida que escuchaba a sus pacientes, Freud detectó una serie de elementos que incidían significativamente en sus trastornos. Lo verdaderamente curioso era que los pacientes no eran conscientes de la existencia de esos elementos. Freud se dio cuenta entonces de que nuestras vidas son gobernadas por elementos inconscientes (fundamentalmente se refería a los impulsos sexuales y agresivos que reprimimos desde la más temprana infancia). Este descubrimiento se convirtió en la base de su teoría sobre la personalidad: nuestra personalidad se compone de una parte consciente (pensamientos, percepciones, recuerdos no reprimidos, principios éticos adquiridos por medio de la educación) y otra parte inconsciente, gobernada por los impulsos sexuales y agresivos reprimidos. Nuestra parte consciente sólo permite que se manifiesten, por un lado, aquellos impulsos compatibles con la supervivencia y, por otro, los que no chocan con los principios morales y estéticos aprendidos. Todos los demás impulsos son reprimidos y almacenados en el inconsciente (por ejemplo, un hombre se permite manifestar atracción por una mujer, pero reprime todo deseo sexual por su madre). No obstante, esos impulsos reprimidos tienen que encontrar salida por algún sitio; unas veces lo hacen por cauces normales (los sueños, los lapsus) y otras toman la forma de trastornos (alteraciones de la conducta, somatizaciones). Para el psicoanálisis la interrelación entre lo consciente y lo inconsciente determina nuestra personalidad, tanto en sus aspectos normales como en sus trastornos y perturbaciones.


La estructura de la personalidad.

Según Freud la personalidad humana es el resultado de la interacción de tres elementos, cada uno de ellos con sus propiedades y mecanismos propios:
El Ello: Es la base primitiva de la personalidad, la región de los instintos inconscientes y de los deseos y recuerdos reprimidos. Freud destacó tres características principales del Ello:
  1. Necesidad de satisfacción inmediata. El Ello está regido por el principio del placer. Busca la gratificación automática, sin esperas ni cortapisas
  2. Su irracionalidad. El Ello no tiene en cuenta las consecuencias que pueden derivarse de la satisfacción de sus deseos.
  3. Su amoralidad. En la satisfacción de sus deseos tampoco tiene en cuenta las normas morales.
El Yo: Es una parte del Ello que se desarrolla debido a la influencia del mundo exterior. Está constituido por nuestras percepciones conscientes, nuestros juicios, razonamientos y recuerdos. En el Yo predomina la racionalidad y se por rige el “principio de realidad”: trata de frenar las exigencias del Ello hasta que se dan las condiciones adecuadas para su satisfacción desde una perspectiva práctica y realista (de cara a la supervivencia). Esto quiere decir que el Yo se ve obligado a menudo a censurar al Ello, a reprimir sus impulsos. Parte de la actividad del Yo es inconsciente («mecanismos de defensa»).
El Super-Yo: Está constituido por las normas morales, los valores culturales, sociales y religiosos y las prohibiciones y amenazas éticas de la sociedad a la que se pertenece. Cada uno de nosotros ha ido interiorizando esas normas y valores como respuesta a los premios y castigos impuestos por sus padres. Así, aquello por lo que se nos castiga lo incorporamos a nuestra «conciencia moral», hasta el punto de que nos sentimos culpables simplemente si lo deseamos. Por el contrario, todo aquello por lo que se nos recompensa lo integramos en el «ideal del Yo» y su cumplimiento hace que nos sintamos orgullosos de nosotros mismos. El Super-Yo es el autocontrol en base a valores y normas que sustituye al control de nuestros padres cuando éramos pequeños
El Super-Yo actúa como el juez que trata de bloquear totalmente los impulsos del Ello por amenazar la convivencia social. Según Freud, el Super-Yo también es una estructura inconsciente


Desarrollo de la personalidad.

S egún Freud, la personalidad adulta se va configurando a medida que aprendemos a satisfacer nuestros impulsos sexuales, aprendizaje que resulta crucial en los seis primeros años de la vida de cada cual. Puesto que, según Freud, los impulsos sexuales no aparecen de repente en la adolescencia, sino que están presentes en cada uno de nosotros desde el mismo momento del nacimiento, hay que suponer que los rasgos determinantes de la personalidad quedan prácticamente fijados durante la infancia. A partir de ahí nos limitamos a reelaborar esos rasgos y procuramos adaptarlos a nuestra particular situación personal y social
Para Freud el desarrollo de la personalidad pasa por cinco fases o etapas. En cada una de ellas los sujetos utilizamos una determinada parte del cuerpo como instrumento de satisfacción del impulso sexual. Esas partes del cuerpo son llamadas zonas erógenas. Una persona cuyas necesidades no fueron correctamente satisfechas en alguna etapa – o que estuvo mimada excesivamente en alguna de ellas –, puede quedar fijada en una etapa en particular y, por lo tanto, no evolucionar adecuadamente.

  • Etapa oral (del nacimiento a los 12-18 meses): La zona erógena es la boca, a través de la cual el bebé consigue placer chupando y mordiendo. Una persona fijada en esta etapa puede, de mayor, volverse tan crédulo que se trague cualquier cosa; dependiente; sentir el mismo placer en absorber conocimientos y adquirir posesiones que el que sentía de pequeño con la comida; demostrar tendencia al sarcasmo o seguir gozando con el placer de la incorporación oral (glotón, bebedor, fumador).
  • Etapa anal (12-18 meses a los tres años): Durante el segundo año de vida la zona erógena se traslada al ano. Es el momento en el cual los bebés encuentran sexualmente gratificante el acto de retener o expulsar la heces. Si los padres son estrictos y represivos en sus métodos de educar estos hábitos, son posibles dos reacciones en el niño: retener la heces (estreñimiento) y desarrollar un carácter retentivo (obstinación, avaricia..), o bien rebelarse (expeler las heces en el momento más inoportuno) y desarrollar rasgos expulsivos de carácter (crueldad, destructividad, desorden, rabietas…). Si los padres festejan la eliminación de las heces y se valen de ruegos para su educación, el niño adquiere el sentimiento de que esa actividad es importante, lo que puede llegar a constituir, según Freud, la base de su capacidad creadora.
  • Etapa fálica (de 3 a 6 años): Está marcada por la aparición del complejo de Edipo, un conjunto de sentimientos contradictorios que se dan en el niño como consecuencia de la atracción sexual que siente por su madre. De acuerdo con el complejo de Edipo (nombre que alude a la leyenda griega según la cual Edipo, hijo de Layo y de Yocasta, mata a su padre y se casa con su madre sin saber que ambos son sus progenitores), el niño dirige sus impulsos sexuales hacia su madre (porque es la que satisface sus necesidades) al tiempo que rivaliza con su padre por el amor y afecto hacia ella. Inconscientemente, el pequeño quiere ocupar el lugar del padre, pero, reconociendo su poder, le teme. Como quiera que ha aprendido que las niñas no tienen pene, concluye que alguien se lo debe haber cortado y teme que su padre, enfadado por su intento de usurpación, haga lo mismo con él. Eso se llama complejo de castración. Con este temor, el niño reprime sus impulsos sexuales hacia su madre, deja de rivalizar con su padre y lo toma como modelo (momento en el cual empieza a fundamentarse el Super-Yo).
Si el complejo de Edipo no se resuelve adecuadamente, puede dar lugar a una personalidad ávida de relaciones sexuales (mito de Don Juan) o a la renuncia de la mujer como objeto de deseo (homosexualidad)
El complejo de Electra (en la citada leyenda griega, la hermana de Edipo) es la contrapartida femenina del Edipo. La niña se enamora de su padre y es ambivalente hacia su madre: teme a su madre porque cree que le cortó el pene que, a su parecer, ella y otras niñas tenían y ahora teme que su madre le hará cosas aún peores debido a la rivalidad por el afecto hacia el padre; al mismo tiempo, ama a su madre y no quiere perder su amor. Así, reprime sus sentimientos ambivalentes y al final se identifica con su madre con la esperanza de traer al mundo un varón que sustituya su falta de pene
Si el complejo de Electra no se resuelve adecuadamente, la niña será una mujer obsesionada por la conquista del varón o una persona poco femenina.
  • Etapa de latencia (de los 6 años a la pubertad): Es un periodo de relativa calma sexual. Los niños y las niñas tienden a evitar al sexo opuesto, pero no son totalmente asexuales, pues existe cierto interés por la masturbación y las bromas orientadas al sexo.
Este empalidecimiento del impulso y la estabilización mental permiten afianzar el principio de realidad y el Super-Yo.
  • Etapa genital (desde la pubertad en adelante): Tiene lugar por los cambios hormonales que acompañan a la pubertad, y marca la entrada en una sexualidad madura, en la cual la principal tarea psicosexual de la persona es entrar en relaciones heterosexuales con alguien ajeno a la familia. Aparecen las primeras manifestaciones de atracción sexual, la socialización, las actividades de grupo, la preparación para la formación de una familia; se da prevalencia a la genitalidad en las relaciones sexuales... Al final de la adolescencia el niño narcisista que sólo buscaba el placer se transforma en adulto socializado, de orientación realista, entrando en la madurez.
     

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