jueves

PENSAR POR SÍ MISMO


 Ignacio Sotelo. El País 03/09/2005

Al comienzo de uno de los opúsculos más conocidos de Kant, Contestación a la pregunta ¿qué es ilustración? (1784), nos topamos con la respuesta que sigue vigente. Ilustración es la salida de una minoría de edad culposa. Por minoría de edad se entiende la incapacidad de usar la razón por uno mismo, plegándose a la dirección de otro; y somos culpables porque aceptamos esta dependencia voluntariamente. En cambio, ilustrado es el que piensa por sí mismo (...)Transcurridos más de dos siglos, y ante los parcos resultados obtenidos, nos preguntamos si caminamos en la dirección debida.


¿Por qué para la mayor parte de la gente resulta tan difícil pensar por sí misma? Obviamente, por pereza. En vez de esforzarse en encontrar una respuesta propia, trabajo duro donde los haya, es mucho más cómodo consumir las que nos vienen de fuera. En un mundo en el que se puede comprar todo, ¿por qué no las respuestas que se precisan en las distintas esferas de la vida? Si puedo pagar, no necesito pensar. Todos tendemos a la pereza, pero los que tienen posibles pueden permitírsela más fácilmente. Además, el rico vive convencido de que se halla en el mejor de los mundos posibles, opinión que termina por imponer a la sociedad toda; de ahí que pocos se pregunten cómo mejorarlo, ni cómo organizarse fuera de las infinitas opciones que ofrece el mercado.

Una segunda explicación, a primera vista más sorprendente, es también de mayor enjundia. Por cobardía renunciamos a pensar y nos abandonamos a las directrices de otros. Si pensar por sí mismo resulta altamente arriesgado, no ha de extrañar que sean pocos los que se decidan a hacerlo. Aunque por doquier oigamos un clamor que nos invita a pensar por uno mismo, los pedagogos proclamen que la educación consiste en enseñar a pensar y sean muchos los que de puertas a fuera blasonan de no admitir directrices ajenas, se precisa mucho arrojo para pensar por uno mismo.

Dos son los enemigos principales de la ilustración: las iglesias y los Estados. Las iglesias predican "el no razonéis, pues por ese camino no llegaréis a ninguna parte, sino creed la palabra de Dios, tal como os la comunico". El que piensa por sí mismo pronto se convierte en hereje al que la comunidad persigue encarnizadamente. Empero, no cabría ilustración sin que, o bien desapareciesen las religiones, como anunciaron en su día los ilustrados más radicales (y parece que por ahí no van los tiros), o bien la religión se convierte en una ilustrada. (...) Acabadas las guerras de religión, la tolerancia religiosa, cimiento sobre el que se levanta la ilustración, tuvo su primer asiento en los Países Bajos, Gran Bretaña, Prusia. (...) hay que reconocer que no sólo poco se ha avanzado en los dos últimos siglos, sino que desde hace lustros se observa un retroceso considerable.

Mucho más compleja, por necesitarse mutuamente, es la relación del Estado con la ilustración. Sin la libertad de pensar no pueden desarrollarse las ciencias, la industria, el comercio, factores que, en último término, determinan la pujanza de un Estado. El Estado precisa de la libertad de sus ciudadanos para poder prevalecer ante sus potenciales enemigos. El que cada vez más ciudadanos piensen por sí mismos favorece el bienestar general, pero también una crítica creciente del orden social establecido. Para el Estado, la ilustración resulta tan indispensable como a la larga peligrosa para las estructuras de poder dadas.

A su vez, la ilustración precisa del Estado para que la libertad se apoye en el derecho y no degenere en simple libertinaje caótico (...) El Estado necesita de la ilustración tanto como la teme, y a la inversa, sin un Estado fuerte, capaz de imponer el derecho, la libertad, y con ella la ilustración, se desvanecen. Aunque el Estado nunca cese en su empeño de cercenar lo que considere indispensable para proteger el orden establecido, la ilustración lo necesita como artífice del orden.

(...) Pese a las críticas que se han hecho desde su primera formulación, el proyecto ilustrado sigue siendo el único con el que nos podemos reconciliar los humanos. Desde la perspectiva española, reconocerlo así resulta aún más perentorio, ya que ni la reforma protestante ni la posterior tolerancia religiosa pudieron echar raíces en nuestra patria. Hasta muy avanzado el siglo XIX prevaleció el poder de la Iglesia, persiguiendo a todos los que se atrevieran a pensar por sí mismos. La Institución Libre de Enseñanza constituye el único aporte al espíritu ilustrado que cuajó entre nosotros, pero la Guerra Civil la arrasó por completo. Cuarenta años de dictadura eclesiástica, militar y política erradicaron "el vicio de pensar" fuera de los márgenes permitidos. Aunque lamentablemente la mayoría de los españoles no sean de ello conscientes, la tarea principal que tenemos planteada sigue siendo lograr que cada vez un mayor número sea capaz de pensar por sí mismo. Por desgracia, nuestras instituciones educativas, desde la primaria a la universidad, no enseñan a razonar ni a debatir, sino, todo lo más, a dominar los contenidos que fijen los planes de estudio. Lo pasa mal el niño, el adolescente o el joven que quiera pensar por sí mismo, premonición de lo que le espera al adulto que no se haya curado de este vicio.

¿Cómo saltar de una sociedad en la que hay que pensar según los modelos impuestos desde fuera a una ilustrada en que se enseña a pensar por uno mismo? Kant responde que este proceso es muy lento, pero que, una vez consolidada la libertad, resulta imparable. Con la experiencia acumulada en estos dos últimos siglos es difícil agarrarse a esta esperanza, pero no tengo nada mejor que ofrecer.

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